Platón (427 a.C. – 347 a.C.) que pasó toda su vida en Atenas, Grecia, es uno de los más grandes exponentes de la filosofía griega, para mi gusto se encuentra entre los mejores tres. Llevaría muchos tomos hablar sobre sus varios trabajos, doctrinas  y adaptaciones de los aportes verbales de su maestro, Sócrates, es por eso que en La Magazín en este capítulo te mostraremos en específico, el amor.

Hace unas semanas regresaba a casa de visitar a mi tía, y justo unos minutos después llegó mi hermana, apenas si me saludó porque cuando entró dejó sus cosas y se encerró en su cuarto, espere un poco, después le toqué la puerta y me dejó pasar.

Tenía los ojos llorosos, y sin si quiera yo preguntarle algo empezó a desahogarse; arremetía contra su novio, de ser infiel, desconsiderado, cruel, y sin vergüenza.
Un tipo con el que había soñado tener una relación desde hace más de un año cuando lo conoció en la escuela, actualmente llevaban casi 6 meses de relación, y era un tema en boca de todos aquí en casa, mi hermana no paraba de enaltecer la “pequeña gran historia” con su chico, pues en seguida se ganó la confianza de sus suegros, era invitada a todos lados, y recibía toda clase de atenciones y ambos se encargaron de gritarle al mundo en todos lados físicos y digitales, de los fructíferos resultados de la relación.

Pero… “¿qué pasó?”

Bien, pues me dijo que cuando estaba en su casa y su novio había ido al baño, estaba sonando el teléfono, era su madre, colgó rápido, y pues ya que le quedaba de modo, ella quiso ver las notificaciones, dijo que había pecado de más por “chismosa y desconfiada”, pero me dijo también que si buscas, encontrarás.

“Gracias por venir a verme, esta presentación era muy importante para mí”, “gracias por el regalo” y “Me da gusto que sigues formando parte de mi vida” fueron los mensajes que le bastaron para salir huyendo inmediatamente de la casa y no convertirse en energúmeno frente a él.

Mientras soltaba unas lágrimas me decía que él a veces se quejaba con ella porque él la presumía mucho, que tal vez él era más meloso, era más creativo, tenía más detalles con ella y muchos más, más, más que le gustaría que mi hermana también fuera. Yo no lo podía comprender, si era su amor platónico.

“No es amor platónico”

Me dijo, “ese amor del que tú hablas y del que habla la sociedad, es al que consideran de manera inalcanzable, una necesidad de tener lo ideal sin que sea real y punto. El verdadero amor platónico es aspirar a conocer la belleza esencial, y entender el significado de la persona a la que dices tú amar”.

Le dije que no entendía y continuó: “Existen dos sustancias independientes y que nunca se pueden mezclar del todo: la materia y el espíritu, a esto se le llama dualismo. Cuando un hombre no se sacrifica por sus ideas, o no valen nada éstas o no vale nada el hombre.”

Qué diálogo acaba de aventarse, en serio, mientras miraba hacia la ventana sin yo responderle nada, había descifrado el contenido de lo que recién había dicho.


La materia y el espíritu no se pueden mezclar; es decir, no porque te presuman, te den, te inviten, te idolatren y adoren en palabra, significará que lo harán en hechos, porque hay que aprender a llevar a cabo ambas cosas pero separadas, sin que dependan una de otra, deben caminar en paralelo.

Porque si bien, mi hermana no tenía la misma constancia de repetirle tantos “te amo” y “te extraño” como se pudiesen, tantas publicaciones y fotos en todos lados como él esperaba, había algo más importante en mi hermana que él no tuvo: Compromiso y lealtad.

Mejor un poco que esté bien hecho, que una gran cantidad imperfecta.

JM


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