Todo el mundo se enteró. Ayer, 6 de enero, un grupo de manifestantes pro Trump irrumpieron en el Capitolio de Estados Unidos con el propósito de impedir que se certificara el triunfo de Joe Biden en las pasadas elecciones presidenciales.

Los conflictos no han cesado en el país vecino desde que Black Lives Matter permeó en todo el mundo. De hecho, podría considerarse este el momento clave en el que el mandato de Trump inició su declive y lo que lo llevaría a perder su oportunidad de mantenerse en el poder.

Ayer, ocurrió lo que se podría calificar como patadas de ahogado de parte del magnate. Convocar a un rally, declarar que no aceptará la derrota, dirigir a la multitud al Capitolio, y dejar que la situación fluyera. Parece hasta una burla que después twitteara llamando a la no violencia. Manifestantes con banderas confederadas cruzaron el cerco de seguridad e ingresaron al Congreso donde se debatía la promulgación de Biden.

Y a los estadounidenses les encanta el simbolismo, basta con ver sus billetes y cada detalle en ellos. En cuestión de minutos, las redes se inundaron de imágenes en las que se puede apreciar una bandera roja con franjas azules cruzadas y estrellas.

La bandera confederada tiene un peso simbólico importante: representa la supremacía blanca y la segregación racial. Tras el triunfo en 1865 de los estados del norte en la Guerra Civil, esta bandera ha representado la resistencia de los once estados del sur que defendían la esclavitud.

Tras esto, solo se utilizaba con propósitos conmemorativos o en reuniones militares, pero desde mediados del siglo XX empezó a utilizarse como reacción en contra de los distintos movimientos por los Derechos Civiles. Después, el Ku Klux Klan la utilizó activamente.

En la actualidad la bandera confederada se utiliza en los estados sureños como símbolo de orgullo de los nativos blancos, y carga en ella la defensa de la esclavitud de los afroamericanos. Quienes la exhiben se defienden argumentando que representa un legado histórico, pero siguiendo la misma lógica, el ondear una bandera nazi sería válido.

En los últimos años se le ha asociado con actos violentos de supremacismo, como la masacre en 2015 de nueve feligreses negros en una iglesia de Carolina del Sur, perpetrada por un joven blanco que se fotografió con esa bandera.

En 2017, esta bandera ondeaba durante los enfrentamientos en Charlottesville, Virginia, durante estos murió una mujer atropellada y el presidente Trump condenó el acto a medias. Más recientemente, parte de la resistencia al Black Lives Matter se identificaba con éste símbolo.

Con todo lo que significa, verla dentro del Capitolio no es cualquier cosa. 156 años después del final de la Guerra Civil, el supremacismo blanco llevó uno de sus máximos estandartes a uno de los edificios más importantes del gobierno estadounidense. Demostraron el poder que tienen alentados por un presidente que propaga ideas racistas.

Nadie pudo detenerlos, la seguridad se vió rebasada o simplemente no actuaron con la firmeza que se supone deberían tener. De manera simbólica ayer ganó el racismo. Ayer ganó un discurso que divide, ganó la intolerancia y la violencia. Ayer en el Capitolio, ganó el odio.

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