La inventora del atole No. 5

Ilustración de Cecilia Torres, IG: @ceciliaeds

El arte del recién graduado se define, más o menos, como una pintura gótica: hermosa pero llena de penumbra. O quizá, también, se asemeje al retrato cubista: exacto, pero, a simple vista, sin rumbo. Y ese es el dibujo genuino del egresado, pinceladas inconstantes y llenas de laberintos. El arte del recién graduado no es cual película gringa, no es como lo han narrado. Ojalá fuera así. Ojalá no fuera tan complejo e infinito como las vanguardias. Ojalá que en plena ceremonia de titulación, un musical apareciera de la nada y, al día siguiente, te marcharas en tu auto a un nuevo hogar y a un nuevo empleo lleno de retos. Pero no. Quizá por ese tipo de retratos graduarse es un trago amargo.  

Quisiera hacer una crónica del cómo la etapa posuniversitaria es un hoyo que, dependiendo del día, cambia de forma, de color e incluso de aroma. Sin embargo, son tantas circunstancias que no cabrían en tan pocas páginas. Porque terminar una etapa “tan importante y fundamental en tu desarrollo”, es nadar en dirección contraria al río. A veces te cansas de nadar tan lento, de ir paso a paso sobre cada roca y no ver aún el paraíso prometido. Es pesado mirar tus músculos contraídos y da miedo sentir que, en cualquier momento, los brazos y piernas no respondan. Además, la angustia por no saber si será una cascada o un precipicio el que halles al final de la carrera. Y todo esto es gracias a la simulación falsa y malhecha que ha rodeado por años este momento. Porque yo lo definiría así, un momento más de la vida. Sin embargo, desde que somos pequeños nos rodean y cobijan con las frases: ¿Y qué vas a estudiar?, ¿de qué quieres trabajar? Y al terminar la licenciatura siguen las cuestiones: ¿Y ahora qué haces?, ¿a qué te dedicas? Entonces de un instante a otro pasas de ser un universitario respetable a una persona sin empleo y sin rumbo. Una persona que matizará ese miedo e insatisfacción frente a los demás, porque ahora una de las principales funciones será aparentar una vida feliz y acorde a todo lo establecido. Si aparentas una existencia “plena” el nado será contraproducente, ahora sólo deberás fluir al ritmo y antojo del río. 

No tendría que terminar así la historia. Quizá si aceptáramos que graduarse es una pieza vanguardista  y no una simulación comercial y taquillera, seguiríamos nadando a contra río y a nuestro paso. Esquivando cada roca y sujetándonos a cuanta rama encontremos. De cualquier manera, si nos dejamos llevar por el río, el destino puede ser el mismo: cascada o precipicio. La única diferencia será que los músculos no tendrán la misma habilidad y fuerza de esquivar o cambiar la dirección. Porque nadar nos hará fuertes, sin importar la lluvia, sin importar el sol.  

SF

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