La inventora del atole No.1
Vivimos en una sociedad que se desplaza con rapidez, vivimos en un mundo que sabe hablar pero que, pocas veces, sabe expresarse. El humano se cree superior por gozar de la palabra pero, ¿que no todo es lenguaje?
El hombre crece, aprende a hablar y sólo si la buena fortuna lo acompaña, será capaz de hacerse externo. Sobre todo hoy en día, donde pocos ceden su tiempo al entendimiento. Y no hablo sólo del entendimiento al otro, sino el entendimiento a uno mismo, el que nace a través del silencio y la contemplación.
Es curioso que con las redes sociales leamos todos los días, a todas horas y, sin embargo, hemos olvidado cómo leer. Sólo almacenamos datos, memorizamos y jugamos a no detenernos. Saltamos de un párrafo a otro y muy a menudo, sólo leemos los encabezados. Pero, ¿dónde quedaron aquellos tiempos donde había folletos/boletines que contenían historias, personajes y reflexiones que nos recordaban párrafo a párrafo que palpitamos? Bueno, supongo que todo se debe hacer cenizas y, a su paso, renacer; al hombre le gusta ser un ave fénix.
Y pese a todo lo que ya mencioné seguimos respirando y alimentándonos, a nuestro modo, del arte. En cada playlist de Spotify, en cada película de Amazon Prime o HBO, sigue nuestra esencia.
Para mí la contemplación nace al momento de escribir, al momento que trato de aterrizar lo que gira en mis pensamientos; es la danza de la razón con el instinto, con mi yo más primitivo. Para mí el silencio nace cuando escucho “Because the night” de Patti Smith y trato de comprenderla porque, al analizar su música, me leo a mí. Lo mismo con la pintura y la literatura o cualquier otra disciplina que invite de llano a la razón, porque al desdoblar una obra mi antifaz cede y me permite mirar todos mis relieves. Aprendo y desaprendo con cada pieza, con cada artista. Y ese supongo, es un propósito implícito del arte; el autoestudio, el autocuidado.
¿Cuántas veces no nos hemos refugiado en una canción, en alguna película o en algún verso de un poema? Sí, lo hacemos contantemente porque estamos vivos y nuestra necesidad de compartir y de sentirnos escuchados, traspasa.
Es por ello que creo este espacio, para abrirle las puertas al espíritu de cada obra; ya de literatura, ya de pintura. El arte acentúa que el humano resiste, que palpita y que pese al ruido cotidiano es capaz de externarse y volver a ser lenguaje.