Septiembre de 1957

Ya era Lunes, era el día del debate. Fuimos al auditorio de la Universidad, me acompañaba mi amigo René, me dijo que estaba emocionado pues quien perdiera el debate podía perder su lugar, ya sea de alumno o de maestro, le pregunté que si era en serio y él me dijo que no fuera tonto, que cómo podrían poner en juego algo así.

Cuando nos estábamos registrando y dije mi nombre y apellidos, la maestra que estaba recibiendo dijo que me habían apartado un lugar más un acompañante en primera fila. La verdad me sorprendió, supongo que habría sido Federico.

Nos estábamos sentando cuando unos tipos atrás le gritaron riéndose a René:

 —¿Qué paso descortés?

—¿Los conoces? –le pregunté.

—Ignóralos –me dijo, traen esa broma estúpida desde hace rato en la clase de seminario.

—¿Por qué?

—Pues porque cuando una chava me interrumpió mientras estaba dando mi punto de vista le dije “disculpa, no quiero ser descortés pero cállate” y a todos les pareció muy gracioso.

—Y ahora eres René Descortés.

—¿Cómo ves? Muy ingenioso ¿no? La juventud está preparadísima.

—Te queda.

Una maestra su puso en frente y dijo: —Buenos días a todos los presentes, a continuación damos comienzo al debate sobre la existencia de dios entre Federico, estudiante de primer semestre de Filosofía y el profesor Kierkegaard, quien imparte la asignatura de Teoría del conocimiento.

—Adelante, Federico puede empezar.

—No, empiece usted.

—Bien, quiero pensar que ya que te atreviste a querer hacer un debate con un profesor supongo que es porque tienes razón y argumentos que avalan tu posición ¿cierto?

—Me atreví a hacer un debate porque tengo el derecho y me encuentro en las facultades mentales para hacerlo. Y porque me aterra que crea que tengo la razón, si usted cree que tengo la razón para hacer este debate, eso quiere decir que usted no tiene razón, y entonces no sé porqué está aquí. También me aterra que mienta… No, espere, no, si hay algo que más me aterra más que las personas que mienten, es que ya no puede creerle a esas personas.

—Vaya, pues parece que te mienten a menudo.

—Me mintió mi madre, porque me dijo que mi padre volvería a levantarse, que volvería a trabajar, que volvería a leerme, que volvería a abrazarlo y decirle lo mucho que lo amo. Me dijo que era una cuestión de dios, que tuviera fe, y aunque no quería le dije que sí, porque es mi madre y porque todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal. ¿Sabe qué pasó?

—No.

—Ayer lo enterramos.

—Siento mucho oír eso.

—No, no lo siente, no lo siente en lo más mínimo, usted solo está de “queda bien” y es todo.

—Tú no me puedes hablar así.

—¿Así cómo? Usted ni si quiera lo conoció, así como tampoco conoce a dios.

—¿Por qué no lo conozco?

Porque dios está muerto.

Todos nos quedamos afligidos y la cara del maestro se puso roja como jitomate, creímos que se desmayaría, en cambio, contestó.

—Tú ansiedad está probando libertad, y con ello, está haciendo que digas estas cosas. Sé que dios es muy difícil de entender, pero hay algunos como tú que fingen no entenderlo, porque sabemos muy bien que en el momento en que lo entiendas, estarás obligado a actuar en consecuencia, y a ti, se ve que sólo te encanta estar en contra de la corriente. Ahora dime ¿por qué dios está muerto?

—Solo mire a su alrededor, calles llenas de vandalismo, asesinatos, secuestros, estafadores, gente tramposa, sistemas corruptos, empezando por la misma educación.

—Pues mira, yo no soy así…

Ojalá y en futuro esa no sea la frase típica ¿verdad? “No todos somos así”.

Para usted joven, tal vez sea difícil creer porque le es difícil obedecer.

—A ver, a ver… yo no tengo que obedecer ningún adoctrinamiento religioso.

—Creo que está muy confundido y busca culpables por lo trágico de su padre.

—Esto no es por él, mi idea siempre ha sido la misma. Es más, invito a que se paren mis amigos, Jorge y Arturo, que piensan lo mismo que yo.

En ese momento volteé hacia atrás y vi que era nada más y nada menos que Jorge, el amigo de René que conocí cuando estaba en prepa y por supuesto, Arturo, el niño odioso de la secundaria, esto ya era demasiado para mí.

Pues claro, si quieres ser aborrecible con dios, sólo corre con la manada, dijo Kierkegaard.

—Ahí los tiene, ¿quiere debatir con ellos? ¿Quiere preguntarle a ellos?

—Usted tiene que hacer a un lado el conocimiento para darle espacio a la creencia. Esta perdido, debe encontrar su espíritu. Esto no se trata de encontrar la verdad, se trata de creer, no podemos encontrar una base objetiva o racional para nuestras decisiones morales. En otras palabras de eso se trata el existencialismo.

—Y dale con eso, usted no sabe de existencialismo, usted no sabe de decisiones morales. ¿Sabes por qué? Porque me dijo que “tengo que” darle espacio a la creencia, si es tan moral, como presume, a su dios no le gustaría verlo como me dice lo que tengo que hacer. Una vez leí una novela una frase muy sabia, decía: “Apuesto a que nunca te había preguntado en qué querías creer, es más, apuesto a que nunca te habían preguntado si querías creer o no”.

—Esto ya lo está convirtiendo en una guerra.

Las guerras nunca han servido, porque el vencedor se convierte en un imbecil y el vencido en un rencoroso. Dígame ¿qué quiere ser usted? Si ya no puede con el debate lo podemos dejar aquí, y me voy a gusto.

—Me dijiste imbecil, por mí que te expulsen.

—Sí, ya no puede con el debate.

—Maestra, disculpe, doy por terminado el debate y nos vamos con el joven a la dirección.

—No se preocupe, yo solo voy por mis cosas y me voy.

En ese momento todo el auditorio se volvió loco pues había algunos que gritaban “oiga, no puede expulsarlo”, “si, ya vete”, “está loco”, “tiene razón Federico”, de todo un poco.

Cuando nos salimos del auditorio, René y yo vimos cómo iba subiendo Federico acompañado de  Jorge y Arturo, René me preguntó: —¿Estamos frente al súper hombre?

—Tal vez– le respondí.

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JM

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