La inventora del atole No. 3
Lo siniestro es aquello que desconocemos, aquello que no palpamos y flota en la oscuridad. El género de horror se ha matizado a través del tiempo, atendiendo las necesidades del ser humano.
Al principio, la angustia se encontraba en la lluvia o en el sol, porque el hombre no sabía su procedencia. No comprendía la razón de ser de los elementos. Sin más, la ciencia abrió respuestas infinitas; explicó el porqué la tierra danza y el cielo truena. Pero la ciencia no ha podido retratar la muerte, lo que sucede después. Nuestra razón de ser o el destino al que nos dirigimos siguen siendo una nube de neblina.
A la muerte se le abrazó y se le susurró en el oído, se aprendió a conversar con ésta. Pero más allá de tratar de entenderla, comenzamos a retratarla sin darnos cuenta de que, al dibujar la angustia, revelamos parte de nuestra esencia.
Las casas embrujadas o la aparición de un ente a media noche nos perturban, porque son un recuerdo genuino de nuestra ignorancia. Lo mismo que con el horror cósmico de Lovecraft. ¿Qué más escalofriante que la profundidad del mar?, ¿qué más angustiante que desconocer el sitio donde vivimos?
El ser humano es símil al universo, ambos son vastos y cubiertos de oscuridad. Poseen un vacío que brilla y asusta, ya que no sabemos hasta dónde llega o las múltiples formas que puede tomar. Al hablar del horror y todas esas historias, tanto orales como escritas, hacemos frente al misterio que negamos poseer. También, encaramos nuestra parte más oscura.
Los monstruos o fantasmas que tanto tememos ver son, en realidad, nuestro reflejo. Lo que somos en el fondo o en lo que podemos convertirnos. Porque el confort es una pieza vital del hombre y sin éste, el piso tambalea. Por ejemplo, el monstruo de Frankenstein nació para recordarle a Víctor el egoísmo y ambición que resguarda el humano; Drácula o las mansiones embrujadas dibujan los deseos natos, es decir, el instinto más primitivo y animal; el Cthulhu de Lovecraft narra la xenofobia y poca tolerancia a lo ajeno, a lo diferente; It de Stephen King representa lo peligroso del pensamiento puritano, y las historias distópicas de zombies cuentan un posible exterminio a causa del propio hombre. Lo mismo sucede con el horror más actual, el que se basa en la tecnología, en los descubrimientos científicos. Es el temor a sentir que tu propia creación se vierte en tu contra, tal como lo predijo Mary Shelley.
Porque lo siniestro es aquello que creemos conocer y el cómo ese objeto, situación y hasta el propio cuerpo torna a una metamorfosis más allá de nuestra comprensión.
A través del horror nace el arte, porque es una alegoría infinita, donde las variantes se reúnen de una u otra manera para recordarnos lo mucho que aún no sabemos y ni sabremos. Los fantasmas, los monstruos y aquellos sonidos o imágenes que hacen padecer al espectador son creados para invocar al eros y tánatos que desde la cuna nos arrullan. Al ser humano le encanta vivir y sucumbir.
El leitmotiv de las obras de horror no es gritar y padecer de insomnio mientras te ocultas bajo tus sábanas. El leitmotiv es reconocer el vacío que poseemos y la vileza que día con día nos persigue.
Quizá por eso nos recomiendan no mirar el espejo a las tres de la mañana, quizá a esa hora nuestro rostro revela la primera corteza que nos tejió: un relieve oscuro y heterogéneo.
SF