La música siempre será un reflejo de las cotidianeidades de la sociedad, y en el caso de los narcocorridos, un reflejo de una preocupante realidad.
Tras la detención de Ovidio Guzmán, hijo del Chapo, se ha revivido el debate sobre los narcocorridos y sus efectos en la sociedad. Desde bromas que cuestionan si aquellos que cantaban gustosos con sus gorras JGL están en Sinaloa apoyando a La Chapiza, hasta quienes de manera seria critican que esta música se siga interpretando y difundiendo.
No es la primera vez que este género ocasiona controversia, de hecho, en el pasado figuras emblemáticas como Los Tigres del Norte, Los Tucanes de Tijuana, El Komander, Gerardo Ortiz o Calibre 50, han sido censurados o les han prohibido realizar presentaciones. Y es que es más fácil culpar a la música cuando esta les recuerda a los gobiernos que no han hecho bien su trabajo.
Pero, lo que inicia como un intento de las autoridades por detener la propagación de esta música, se ha convertido en una clase de desafío para la sociedad, que siempre logra consumir corridos mediante piratería o internet, y abarrota los conciertos de estos artistas.
De esta manera, los narcocorridos hoy son una contracultura que sirve de crónica sobre sucesos que son parte del día a día de muchas personas, y en muchas ocasiones celebran los actos en los que grandes cabecillas logran burlar a la autoridad. Además, son una forma de resistencia contra el poder y la opresión, ya que cuentan historias que muchas veces son ignoradas o censuradas por los medios oficiales.
Aunque no todo es tan bonito y folclórico, estas canciones deben sus críticas a su contenido violento y su promoción del narcotráfico, y hay quienes argumentan que pueden servir de inspiración para que algunas personas se involucren en este mundo, con la ambición de conseguir la “gran vida” que se presume tienen los capos.
Así, caemos en un ciclo vicioso en el que podemos enumerar virtudes y defectos de los narcocorridos, sin tener realmente una respuesta sobre qué se debería hacer con ésta música.
Aunque, si buscamos una conclusión que ayude de guía para tener una idea del lugar de esta música en la sociedad, hubo alguien que sí se atrevió a emitir una postura al respecto: Carlos Monsivais. El escritor afirmó:
“Más que celebración del delito, los narcocorridos difunden la ilusión de las sociedades donde los pobres tienen derecho a las oportunidades delincuenciales de los de arriba. En la leyenda ahora tradicional, los pobres, que en otras circunstancias no pasarían de aparceros o de manejar un elevador, desafían la ley de modo incesante. El sentido profundo de los corridos es dar cuenta de aquellos que, por vías delictivas, alcanzan las alturas del presidente de un banco, de un dirigente industrial, de un gobernador, o de un cacique regional felicitado por el presidente de la República.”
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