Desde que los influencers de derecha orquestaron un boicot a los productos de Anheuser-Busch el año pasado por colaborar con la influencer trans Dylan Mulvaney, han estado ansiosos por encontrar un nuevo producto para boicotear por razones increíblemente estúpidas y llenas de odio. Primero fueron los Corn Flakes, debido a que su mascota posó para una foto con Mulvaney en los premios Tony (un evento cultural muy querido por la derecha debido a la ausencia de personas LGBTQ en el teatro musical). Luego, fue Cracker Barrel, porque durante el Mes del Orgullo, la cadena de restaurantes tuvo la osadía de reconocer la existencia de personas gay en sus redes sociales.
La controversia con Doritos
Ahora, la derecha está yendo tras otra marca querida: Doritos. Esta vez, es porque la división española de la empresa, que pertenece a Pepsi Co., se asoció con la influencer trans y cantante Samantha Hudson para un video de marca de 50 segundos en Instagram.
Las razones detrás de la polémica
Hudson, de 24 años, se ha convertido en el centro de una tormenta impulsada por la derecha debido a su aparición en el video promocional de una campaña de Doritos España llamada Crunch Talks. Los ataques se han centrado en su historial de comentarios ofensivos en redes sociales y en su postura crítica hacia la derecha en España.
Reacciones y consecuencias
A pesar de la controversia, Doritos España lanzó la campaña con Hudson el domingo, pero tras descubrir sus comentarios anteriores en redes sociales, el post fue eliminado y se rescindió el contrato con la influencer. La compañía afirmó que la decisión no tuvo que ver con la identidad de género de Hudson, sino con su historial de comentarios inflamatorios.
Impacto de las campañas de boicot
A pesar de que la historia de la derecha de hacer campañas contra marcas por colaborar con influencers LGBTQ merece ser objeto de burla, desafortunadamente ha sido efectiva en afectar las ganancias de las corporaciones. La debacle de Doritos España debería ser vista como un caso de una división de una marca en el extranjero que no investigó suficientemente el historial de redes sociales de un influencer, pero en cambio, se ha convertido en un grito desesperado de una secta de extrema derecha virulentamente transfóbica que está ansiosa por encontrar algo en qué enojarse.