En 1990, Los Ronaldos dieron un giro significativo en su carrera musical con el lanzamiento de Sabor salado, un álbum que se distanció de la imagen festiva y provocadora que habían cultivado en sus trabajos anteriores. Este disco, grabado en Moles Studios en Bath, Reino Unido, bajo la producción de John Cale, exintegrante de The Velvet Underground, marcó una inflexión hacia un sonido más introspectivo y adulto. Aunque su recepción fue variada, muchos supieron apreciar la búsqueda de una nueva profundidad en su música.

Una transformación lírica y sonora

El cambio en Sabor salado no solo fue sonoro, sino también lírico. Las letras abandonaron el descaro adolescente de temas como “Adiós papá” para adentrarse en territorios más oscuros. Canciones como “Sabor salado” reflejan vacíos íntimos y deseos insatisfechos, mostrando un Coque Malla que ya no lanza proclamas, sino que se cuestiona a sí mismo y busca consuelo. Este enfoque más sobrio fue impulsado por Cale, quien animó a la banda a centrarse en la emoción real de sus canciones, priorizando la autenticidad sobre la corrección formal.

Un cambio audaz y su impacto

El contraste con los discos anteriores es evidente: donde antes había euforia, ahora hay una calma inquietante. Las historias de Sabor salado están diseñadas para remover emociones, desafiando al oyente a aceptar una estructura menos inmediata. Malla ha recordado que Cale les animó a dejar imperfecciones en las grabaciones, lo que permitió captar la emoción auténtica. Aunque el álbum no tuvo un éxito comercial inmediato y vendió menos que sus predecesores, con el tiempo se ha reevaluado como un disco de transición valiente que anticipó la evolución de Malla como compositor.

Un legado que perdura

A tres décadas de su lanzamiento, Sabor salado sigue siendo una obra por redescubrir, no solo por su sonido áspero, sino por la honestidad de sus letras. Este álbum representa el momento en que Los Ronaldos decidieron abandonar su zona de confort para explorar temas más profundos y personales. En su búsqueda de una voz propia, la banda dejó atrás el desenfreno y miró hacia dentro, dando vida a uno de sus trabajos más auténticos. La continuidad de esta búsqueda se reflejó en sus siguientes discos, Cero e Idiota, antes de su separación en 1998, consolidando así el legado de Sabor salado como un hito en su trayectoria.

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