La experiencia de la cárcel puede ser devastadora para aquellos que carecen de recursos económicos, pero para el empresario y exjefe de oficina del secretario general de Gobierno de Puebla, Bernardo Fernández Tanus, fue una oportunidad inesperada. Fernández Tanus, quien fue detenido el 20 de diciembre de 2021, describe su tiempo en el penal de San Miguel como “el hotel más caro de México”, un lugar donde pudo redescubrir sus habilidades y encontrar una nueva fe en sí mismo, a pesar de las adversidades y la corrupción que imperan en el sistema penitenciario.
La realidad de la vida en prisión
Durante su estancia en prisión, Fernández Tanus fue testigo de cómo operan las cárceles en México, desde los negocios clandestinos hasta la corrupción de los funcionarios encargados del penal. A pesar de estar en una situación vulnerable, recibió protección externa que le permitió acceder a una sección más segura del penal, donde se encontraban otros reclusos que, como él, habían pagado por un espacio más cómodo. Sin embargo, su situación no estuvo exenta de peligros; llegó a temer por su integridad física, enfrentándose incluso a amenazas de violencia por parte de otros internos.
Costos ocultos de la prisión: una ‘membresía premium’
La ayuda que recibió desde el exterior le permitió mantener un nivel de comodidad inusual en un entorno tan hostil. Fernández Tanus pagaba 12 mil pesos semanales para acceder a beneficios que incluían un lugar más seguro, uso de sanitarios, televisión y, sorprendentemente, un celular, aunque este último requería un soborno adicional. Su experiencia en prisión, aunque mejorada por el dinero, seguía siendo una lucha constante contra la corrupción y el abuso de poder, donde los sobornos eran la norma y los líderes internos controlaban el flujo de recursos.
De recluso a emprendedor: la historia de Yolki
El ingenio empresarial de Fernández Tanus no se detuvo en su tiempo en prisión. Junto a un recluso apodado ‘Goyo’, emprendió un proyecto para crear y vender bolsas de plástico tejidas con materiales reciclados. Esta iniciativa no solo le permitió a él y a otros reclusos generar ingresos, sino que también resultó en la creación de su propia empresa, Yolki. A pesar de no estar registrada oficialmente, la empresa logró vender mil 700 bolsas, generando ingresos significativos que beneficiaron a varios internos. Esta experiencia transformadora no solo le brindó un sentido de propósito, sino que también dejó una huella duradera en la vida de sus compañeros de prisión, demostrando que incluso en las circunstancias más difíciles, la creatividad y la resiliencia pueden florecer.