La inventora del atole No.6

Ilustración de Cecilia Torres, IG: @ceciliaeds

Simone de Beauvoir, escritora francesa, tenía razón al mencionar que uno no nace mujer, sino que, se llega a serlo. Y es verdad, el cuerpo femenino desde la cuna se somete a un sinfín de cambios y prohibiciones; que si los aretitos, que si los zapatitos de cuero duro para que la niña se mire coqueta y más adelante, las fajas, el sostén, los tacones y maquillaje que de alguna u otra manera ocultarán el pasto verde. Porque eso somos: naturaleza, árboles gigantes que no cesarán ante la danza del viento o la neblina. Somos el cielo que ruge y el suelo que tambalea cada luna llena. Porque somos mar, somos verde y también somos oscuridad. Sin embargo, al igual que a la tierra, se nos ha colonizado y a nuestros jardines los han deteriorado, porque a lo largo del tiempo la naturaleza siempre ha intimidado al hombre. 

Nacimos extranjeras de nuestro propio cuerpo, enemigas constantes de nuestra piel y huesos. Los dibujos del cuerpo y alma femenina, en la literatura o el arte, han sido pocas veces, retratados con justicia. Se ha romantizado lo burdo para no incomodar, se ha pintado de azul lo rojo para no horrorizar y se ha silenciado el dolor para no empatizar

Al crecer, el cuerpo no sólo se enfrenta a una lista interminable de requisitos, sino que, además, se enfrenta a cambios que, inevitablemente, deben suceder. Me refiero, por ejemplo, al acné, a la acumulación de grasa en nuestro cuerpo, a las estrías que se dibujan en la carne, a la sangre y al deseo de ser y disfrutar. Somos bosque, más que nunca, somos árboles que cambiarán de estación. Sin más, nos enseñan a tener vergüenza, porque los pechos no son redondos, porque el abdomen se inflama y desinflama, porque el cuerpo no huele a fresas cuando menstruamos; nos enseñan a no ser. Y la menstruación no será el único tema tabú, pues la sexualidad será lo que día con día más pese, más canse. 

Después de tantos siglos cosificando e invadiendo a la mujer, el sexo tampoco le pertenece. Su vida sexual es vida de todos; es decir, siempre señalaremos con el dedo la manera en que se suelta el cabello sobre las sábanas, la manera en que invita a cada hombre a su alcoba y los misterios que la cobijan a media noche. Además, de nuevo el cuerpo se someterá a un sinfín de adversidades, pues el útero deberá de vivir en el silencio y la evasión. Poco se hablará de lo doloroso de ser un árbol repleto de manzanas rojas, de las dificultades de vivir una sexualidad “tranquila”. La responsabilidad de crear o no crear será sólo nuestra, al útero abrazaremos con cobre y las emociones las avivaremos con pastillas y, para tener salud, habrá que permitir al látex y demás químicos como inquilinos. Pero nunca podremos quejarnos, si queremos llorar tendrá que ser en silencio y el vientre abultado más vale que lo ocultemos bajo tela, pues no podemos hacer visible el secreto de que nuestros ovarios, mes con mes, pasan de oruga a mariposa. 

Sí, los anticonceptivos están a la vista de todos, pero sus efectos y maneras de habitar cada cuerpo, yacen bajo el lodo. Viviremos en una sociedad no cíclica, pese a que nosotras, somos cada fase lunar. La maternidad llegará a nuestro cuerpo bajo la opinión pública y, cuidado y no seas una madre que drena la totalidad de sus ríos ya que, las palabras se volverán dardos sobre tu espalda.

Así que repito: somos el cielo que ruge y el suelo que tambalea cada luna llena. Porque somos mar, somos verde y también somos oscuridad. Que el dolor y el placer se visibilicen. No somos extranjeras. Nosotras somos tierra, las anfitrionas. Las que cada mes miran mariposas brotar de la entrepierna. El cuerpo es nuestro hogar, más no nuestro enemigo. 

SF

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