En una noche de emociones intensas y reivindicaciones, Bruce Springsteen deslumbró a Donostia con un concierto memorable en el Reale Arena. A pesar de la lluvia intermitente, casi 40.000 fans se entregaron por completo a un espectáculo que duró cerca de tres horas, donde el rock de estadio se entrelazó con críticas políticas y una profunda conexión emocional con el público.

Un Comienzo Apoteósico

Desde los acordes iniciales de No Surrender, quedó claro que esta no sería una noche cualquiera. A sus casi 76 años, Springsteen demostró que la edad no ha disminuido su energía ni su compromiso. Junto a una E Street Band en plena forma —destacando a Max Weinberg en la batería y Jake Clemons en el saxo—, el artista de New Jersey presentó un repertorio que abarcó desde clásicos como The River y Born to Run, hasta temas cargados de significado como Death to My Hometown y Rainmaker.

Un Mensaje de Conciencia Social

El concierto también se convirtió en una poderosa declaración política. En un emotivo discurso, subtitulado en euskera y castellano, Springsteen denunció la deriva autoritaria de la política estadounidense y llamó a la defensa de la democracia y la libertad. “La América que amo está en manos de una administración corrupta y traidora”, exclamó, instando al público a alzar la voz contra el autoritarismo.

Un Cierre Épico y Esperanzador

La puesta en escena fue sobria pero efectiva, con tres pantallas LED que permitieron seguir cada gesto del artista y su banda. El momento más íntimo se vivió con House of a Thousand Guitars, interpretada solo con guitarra acústica, mientras que el clímax emocional llegó con Land of Hope and Dreams, que se transformó en un himno colectivo de esperanza. Los bises fueron una auténtica fiesta rockera: Born in the U.S.A., Dancing in the Dark, Bobby Jean y una explosiva versión de Twist and Shout pusieron el broche de oro a una noche mágica. El cierre, con Chimes of Freedom de Dylan, fue una plegaria por un mundo más justo, coreada por un estadio en perfecta comunión con su ídolo. Donostia volvió a ser tierra prometida para Springsteen, quien cumplió su promesa de hacer del rock un acto de fe, resistencia y libertad.

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